Juan

La personalidad de Juan era de una vigorosa sencillez y se nutría en dos corrientes anímicas opuestas: la lírico-anárquica y la realizadora-constructiva. Había en Juan un gran caudal de lirismo que se expresaba en forma de rebeldía y de agresividad renovadora. De un lirismo que era anárquico, precisamente porque era hondo y verdadero. (Todo verdadero lirismo es anárquico porque lleva en si su propia ley). Junto con esto, Juan fue un gran organizador un gran trabajador, afanoso de maestría y de perfección. Su vida, por tanto, se polarizaba entre el lirismo libertario y la disciplina del esfuerzo. Estas dos tendencias contrarias chocaban y se entre fundían íntimamente hasta sintetizarse en lo que Juan tenía de más valioso: la bondad dinámica y el humorismo. Todos los que le conocieron, saben hasta qué alto grado tuvo esa bondad activa, esa bondad enérgica, tan diversa de la inofensiva neutralidad de otros hombres buenos. Su humorismo era agudo y de buena ley. Gracias a él, Juan se libró de caer en esa pseudo-genialidad– tan estéril y tan criolla– que ha inutilizado a otros hombres de su generación. Esa generación del año 20. sacudida desde temprano por duras pruebas y que se va desgranando trágicamente: Rigoberto Soto, Demaría, Juan Gandulfo, todos hombres de valer y leales y buenos camaradas.

Santiago URETA.